Es una de las visiones más claras que he visto de lo que realmente representa la llamada “economía de la abundancia”, y del efecto que una plataforma como Airbnb puede generar sobre la oferta turística de una ciudad: una nube enormemente densa de puntos por los que, al pasar el ratón, se despliega información de características y precio, y que claramente rellena con enorme eficiencia el espacio disponible bajo la curva de oferta y demanda, de una manera muchísimo más completa de lo que lo hacía la oferta hotelera tradicional. Si no lo has visto en interactivo, te recomiendo que lo hagas, es sencillamente impresionante: en esa nube hay de todo: habitaciones en pisos compartidos por pocas decenas de euros, hasta apartamentos de lujo en la zona más céntrica de la ciudad por varios miles.
Podríamos pensar que la oferta hotelera de París no es en absoluto escasa, pero decididamente, no se parecía en nada a esa impresionante nube naranja. ¿De qué estamos hablando? Obviamente, de un problema de primera magnitud para quienes, en el sistema anterior, administraban esas propiedades en un régimen de relativa escasez: las variables económicas de un sistema post-escasez no les gustan en absoluto, y tratarán de oponerse a ese sistema todo lo que puedan, objetando con todos los argumentos posibles, reales o ficticios.
Para tratar de evitar esa situación harán lobby ante las autoridades nacionales o municipales, tratarán de crear opinión, recurrirán a los tribunales, manipularán, difamarán, y harán lo que haga falta, porque esta situación significa de manera automática un reparto del mercado turístico entre muchísimas más partes y, por tanto, una porción mucho menor para cada uno de ellos. Hablarán de competencia desleal derivada de las infinitas normativas que regulan su actividad y que los nuevos entrantes no están obligados a cumplir, dirán que los propietarios de esas habitaciones y pisos no pagan impuestos, que se trata de economía sumergida, o que son potenciales focos de infección. Salvo algunos competidores especialmente visionarios, todos se unirán para luchar contra esta terrible amenaza que se cierne sobre su industria, presionando al gobierno para que se invente restricciones que dificulten, impidan o hasta prohiban la actividad de Airbnb. Pero será inútil: al final, que una persona quiera, en lugar de alojarse en un hotel, disfrutar de una habitación o un piso particular cuyo dueño decide listar en Airbnb y al que en muchos casos añade una atención exquisita y personalizada para así crear vínculos personales con sus huéspedes y que estos traten mejor su propiedad, es algo completamente inevitable. Si el regulador impone restricciones artificiales, estará actuando contra natura, y muchos se lo recriminarán – y además, con razón.
¿Qué ha pasado? Simplemente, que antes era complicado, farragoso y arriesgado no solo poner una propiedad en alquiler a corto plazo, sino también tratar de alquilarla, y ahora, en cambio, ha surgido una plataforma riquísima en información que permite a ambas partes tomar decisiones de manera mucho más sencilla y hasta protegerse con un seguro. Una plataforma, además, que ha experimentado un fuerte proceso de adopción masiva, lo que la ha dotado de masa crítica suficiente como para que utilizarla sea un auténtico gusto tanto por parte de los propietarios como de los usuarios. Llegados a este punto, el fenómeno es ya imparable, y quien se interponga en su camino, terminará arrollado por él.
Y la pregunta fundamental, claro, ¿cuál es? A quién o a quiénes beneficia esta nueva situación. En este caso, los propietarios de inmuebles están más contentos (y son obviamente muchos, como podemos ver en el mapa), los turistas están inmensamente más felices con una variedad de opciones muchísimo más amplia, y los únicos aparentemente perjudicados son los hoteles. Si nos atenemos a una simple consideración de justicia social, esto es lo que hay. Los propietarios de hoteles podrán protestar, podrán decir que ellos tuvieron que invertir mucho para cumplir con la regulación, que se sienten perjudicados, etc., etc., etc… pero es lo que hay. Lo normal es que termine por prevalecer el interés general.
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